
El cigarrillo aún encendido y ella sobre la alfombra de color verde que se había empeñado en comprar, decía que hacía juego con el color de sus ojos.
Tumbada boca arriba con los ojos abiertos al infinito, no pestañeaba, era cierto, hacían juego..
Su tez morena ahora era pálida y sus carnosos labios del color de la mora.
Se la había encontrado así, nada más entrar, tuvo que dar un empujón a la puerta porque las piernas de la inerte estaban justo detrás, bloqueándole el paso.
No se asustó, no gritó ni lloró.
No podía apartar la vista del humo que rebotaba en su mano.
Se agachó, se lo quitó de entre los dedos.
Le dio la última calada, la que el cigarro permitía, y soltando suavemente el humo por la boca, dijo, lo sabía María, esta mierda terminaría matándote.